La viveza criolla en un mundial de ajedrez |
La viveza criolla en un mundial de ajedrez En la actualidad, las partidas en los torneos de ajedrez tienen muchas restricciones tendientes a evitar trampas de todo tipo. Los ajedrecistas, sus capitanes e incluso los árbitros son notificados que tienen prohibido el ingreso a la sala de juego con teléfonos, cámaras, relojes e incluso bolígrafos. Por ello, la organización les provee las biromes, con las que anotan sus movimientos y con las cuales los árbitros y capitanes firman de conformidad en el final de cada juego. Estos los controles se han vuelto hoy aún más estrictos, e incluso se les prohibe a los capitanes que ingresen libros de lectura, de poemas, novelas, ensayos, etc., con los que solían matizar la espera de las casi 6 horas de partida. Vale recordar que durante el juego, los ajedrecistas tienen tambien prohibido conversar entre ellos. El capitán de cada equipo sólo puede caminar por detrás de sus propios jugadores, con el fin de evitar miradas que podrían señalar un movimiento. La presencia del capitán toma protagonismo cuando alguno de los jugadores puede consultarle si debe o no aceptar la propuesta de empate de su rival. Es que el capitán va evaluando constantemente lo que sucede en los cuatro juegos y de la manera en la que puede definirse el match. El maestro internacional argentino Jorge Rubinetti, recuerda esta anécdota que tuvieron por protagonistas a viejas glorias del ajedrez argentino: En los años cincuenta era habitual que se rodeara la mesa de los jugadores; la gente se acercaba casi hasta el roce. En la olimpíada de Yugoslavia 1950, Argentina estaba obligada a ganar todas sus partidas para no perderle pisada al equipo local que iba en la vanguardia. Un día jugando contra Dinamarca, Moisés Kupferstich efectuó una entrega dudosa de caballo frente al maestro Héctor Rossetto. Najdorf y Guimard que ya habían ganado sus partidas miraron la posición en otra mesa, analizaron y descubrieron que no era un presente griego, que había que comerse el caballo para ganar el juego y el match. ¿Pero cómo alertar al compañero? Entonces, el Viejo que era especialista en estos temas, y Guimard que le iba a la zaga, comenzaron a pedir permiso al público para acercarse a la mesa, pero en lugar de decir "permiso por favor", ellos, apoyando suavemente sus manos sobre los hombros de los espectadores y recurriendo al lunfardo para que nadie, ni siquiera los sudamericanos sospecharan, repetían sin parar: "morfate el yobaca, morfátelo; morfate el yobaca, morfátelo". Nunca se supo si Rossetto necesitó o no de la ayuda externa. Pero se comió el caballo y con ello, ganó la partida. Sin duda, una jugada de la memoria en tiempos con controles y trampas para el olvido.- Fuente: Diario La Nacion
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