Dios te libre mujer,
de la casa sin ruidos,
de la mesa sin manchas,
del patio arregladito,
de la sala en que yacen
los juguetes dormidos.
¡Dios te libre! Cuando eso
se consigue, no hay niños,
la vejez ha llegado,
el ensueño ha partido.
Y en los bronces que brillan,
y en los zócalos limpios,
se pasea el recuerdo,
hecho sombra.
¡Bendito el desorden de cada día
porque el desorden es vida!
Lo demás, es artificio.
¡Ah!..., Si un día en silencio,
se quedara este nido,
y yo viera todo eso
clamaría al altísimo:
¿Para qué tener oro?
¿Para qué haber vivido?
¿Para qué el sol y el aire?
¿Para que tú, Dios mismo?